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Otra jornada sin estrellas a la vista, que ha dejado dos películas sobre lo que significa vivir con el horror a cuestas. La primera de ellas de Atom Egoyan, director acostumbrado en retratar el lado oscuro de los seres humanos, como vimos en ‘Exótica‘ (1994) o en ‘Chloe‘ (2009). Esta vez, en ‘Devil’s Knot‘ (Condenados) recrea uno de los sucesos más perturbadores y más extraños de Estados Unidos. Se trata del caso de los tres niños de Memphis que fueron violados, mutilados y asesinados y de todos los errores policiales y procesales que coincidieron en el caso. Un suceso ocurrido en 1994 que ha estado coleando hasta hace nada, ya que los tres condenados estuvieron en la cárcel hasta 2011.
Lo que atrajo a Egoyan a esta historia fue la posibilidad de hablar de la pena de muerte impuesta a alguien que no está claro que sea culpable y la manera de indagar en cómo un hecho puntual cambia la vida de toda una comunidad. El canadiense se despoja de la poética de otras cintas suyas y se centra en el tono más documental, cayendo en lo previsible, sin suspense ni tensión narrativa. “¡Telefilm!” se pudo oír tras el pase de prensa. Y bastante razón tenía ese grito aislado en la sala de cine. Ni Colin Firth ni Reese Whiterspoon hacen más atractiva la cinta.
Sin embargo, la cinta tiene el interés de recordar el caso, uno de esos ejemplos donde el pueblo juzga a los asesinos por lo que parecen y no por las pruebas. Algo así como el caso Wanninkhof o -como en la propia ‘Devil’s Knot’ se dice- las brujas de Salem. “Está claro que es lo más horrible, no solo porque murieron sino porque fue una cosa muy horrible, meticulosa, les ataron, les torturaron, les metieron en el agua, pero lo peor es que no quedó ni una prueba, ni sangre, ni ADN, ni una rama de los árboles”, explica Egoyan.
El otro ejemplo del festival que ha apostado por revivir el horror ha sido la bosnia ‘For Those Who Can Tell No Tales‘. Su directora Jasmila Zbanic (que ganó un Oso de Oro en Berlín en 2006 con ‘Grbavica’) recorre algunos de los lugares donde se cometieron las peores atrocidades durante la Guerra de los Balcanes. A través de los ojos de una turista australiana, de visita en un idílico pueblo bosnio, vemos como el horror continúa ahí, entre los muros de un hotel donde violaron sistemáticamente a las mujeres, o las grietas de un puente y entre el rencor de una población que vive con el recuerdo de la masacre. Estamos ante una película que sirve de homenaje para esas víctimas silenciosas, pero que no va mucho más lejos. Una historia sencilla con una actriz y un personaje algo vacíos.
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